El verdugo de ella, el colo, el gavilán, el viejo, el amor,
ese era el nuevo hombre de mi madre. Él la ató a ella porque sospechaba
que le gustaban todos.
Mi padre no pudo con ella, era demasiado salvaje. Tenía mucho calor en
su cuerpo y amor para entregar. El colo, el verdugo, su amor,
fumaba cigarrillos marca “colorado” un paquete rojo; mi madre cuando
encontraba un paquete vacío armaba con las letras “colo te amo” y se lo dejaba
en la tabla que sobresalía cerca de su cama. Cuando llegaba de trabajar en el
campo, lo encontraba e iba a tocarle el culo, sus manos eran como serpientes
sobre el cuerpo de mi madre. Sus ojos comenzaban a cambiarle de color. Ella
decía “están las nenas”. No le importaba. Terminaban en la cama y
nosotras a fuera.
Una vez le dolía tanto un diente que se lo arrancó con un
cuchillo. Salía por su boca y colgaba de su bigote un pequeño líquido amarillo.
Yo no quise seguir mirando. Comía sus propios chorizos, es decir, elaborados
por él, y nosotras, grasa de cerdo; y cuando discutían, él le reprochaba
que se había hecho “la cusca”, eso era algo que le molestaba porque sino para
que la tenía.
Tomaba vino en su vaso de lata y nunca la dejo salir sola. Si se enfermaba la
llevaba a Doña María una bruja de Berisso. Nunca nos dejo entrar a su casa. Yo
sentía mucha curiosidad.
Era un personaje muy desagradable en el campo los vecinos le tenían
miedo. El vestía una camisa a cuadritos celeste y blanca, una bombacha de campo
color verde, alpargatas y una boina roja. Siempre con su cuchillo en la cintura
o la escopeta cerca. Muchas veces me pregunté que le vió mi madre, en ese momento
pensé en la soledad del ser humano y la desesperación de no querer estar solo.
Nos encerró en su círculo, en su casilla en un sitio alejado de todos nuestros
conocidos, mis cumpleaños, mis navidades dejaron de existir, él se había
encargado de sacarnos la diversión y convertirnos en sus peones, esclavas,
bestias sin afecto.
Mi madre se dedicó a entregarle su vida, le dio hijos, y
nos ignoró por completo. Ella no sabe nada sobre mí. Nunca le importé.
Algunos
pensarán que es una víctima del sistema capitalista y machista. Pero no, ella
sabe bien lo que hace, y lo que quiere. Hoy el verdugo, está internado con cáncer terminal; mis
amigos me comentaban “es el Karma”, es cierto, sin embargo, en ese momento no sentí nada, simplemente
es un ser humano más del montón, que está
muriendo. A mi cabeza vinieron todos los recuerdos del lugar, los olores, la sensación a mugre, el gusto a comida de la basura, la vista llana del campo, el calor del sol al medio día, los perros ladrando, el colectivo a quince cuadras, la escuela, el frío, la ropa regalada, el llanto por las noches. Hace años que me fui, armé otro camino, los fantasmas igualmente me
persiguen, fueron muchos años de convivir en un espacio hostil. Y lo que
sucedió y me hizo la muerte no lo cambia.
Por otro lado, mi madre no era una
victima, hoy ya decidió irse de su lado, sólo lo usó cuando él era joven. Mi
madre es la condesa que exprime a hombres para vivir de ellos, le gusta encajar
en el papel de victima, porque desde ahí consigue lo que quiere.